Free lunch

Por el rumbo de mi casa hubo grillos. Muchos grillos.
Eran de esos grillos negros grandotes que comen zacate y hacen mas ruido que los matraqueros.

Se metian a la casa toooodas las noches por abajo de la puerta. Echabamos flit bajo la puerta, y entraban a morir, pero seguian entrando. Y como no solo eran los grillos los que entraban sin ser invitados, sino tambien una nutrida comitiva de bichitos minusculos, la casa amanecia llena de confetti negro que debia barrerse diariamente. El unico momento que se me ha antojado ser gringa fue aquel en el que quise tener esa excusa para justificar la ociosidad de demandar al viejito que nos puso el atrapapolvo.

Fueron intensas semanas de lucha, nosotros contra los grillos. Los odie, aunque en el libro de Levitico dice que son comestibles, el libro de Levitico tambien dice... muchas cosas. Cuando los encontraba en mi cuarto lanzaba improperios al cielo como chanclas al techo. Cuando meti la ropa aquella vez y se colaron TRES entre mis trapos, quise darme por vencida y vivir en la calle, donde estaria al menos justificada su existencia en mi entorno. Cuando los vi volar se me acabaron las comparaciones ingeniosas y simplemente me quise morir.

Luego, un dia que algunos cadaveres grillescos amanecieron destazados... no, mas bien como piñatas destripadas, nada mas que un par de patas correosas y algunos organos dispersos, no supe si estar contenta porque ya no habia tantos grillos, o temer por lo que se los estaba comiendo.

Y ahora que se acabo el calor y con el los grillos, no se si seguir temiendo a sus depredadores... sobre todo ahora que se quedaron sin comida.